Siempre fashion, nunca facho

Durante la pasada primera vuelta de elección presidencial, en lugares diversos, más de doscientas personas votaron con una camiseta que leía la misma frase. En la pieza, hecha por la marca colombiana Manifiesta, se lee: “siempre fashion, nunca facho(a)”. En ciertas partes de Antioquia, por ejemplo, algunas de las personas que vestían la prenda encontraron inconvenientes. No les dejaron votar. Les solicitaron removerla o cubrirla. Hubo comentarios despectivos. Incomodidad. Molestia. ¿Qué asociaciones despierta el lema? ¿Qué contiene esa línea?

Las palabras también hacen el tiempo. Las épocas son sus imágenes, pero también sus verbos. Signos. Índices. Pistas sobre el espíritu de la época. Cuando recurren, las palabras pueden convertirse en modas también. Las modas sujetan significados. También pueden ser signos vacíos. Gestos cosméticos. A veces, pueden ser todo, al mismo tiempo, en incómoda simultaneidad. Señal y contenido. Mas aún en una era como la nuestra, tan vertiginosamente visual. Espabilamos, los ojos saturados de imágenes que parecen no agotarse.

En ese panorama se ha perdido la capacidad de asombro ante la imagen, la representación visual. Vemos como nunca antes. Somos amplios productores y consumidores de imágenes. Habitamos un mundo hiperestetizado. Vivimos entonces en una simultaneidad que nos atrapa. Las imágenes y las palabras circulan intensamente. Y lo hacen con una ambivalencia constante. Pueden ser signo vaciado o indicador de algo importante. Algunas imágenes, algunas palabras, adquieren esta capacidad. Encapsulan. Recogen. Reflejan. Hablan sobre el zeitgeist.

Facho(a) es un término que alude a las personas “de ideología política reaccionaria”. Personas con inclinaciones fascistas. El vocablo, coloquial, es uno que desprende desprecio. En Colombia, en el hervor de nuestras polaridades y lógicas dicotómicas, ha asumido fuerza. Se asocia con personas que, apegadas al conservatismo y las derechas, encarnan ideas de ese linaje. La genealogía de la palabra puede rastrearse también a las latitudes del sur latinoamericano. A los países que tienen dolorosas herencias dictatoriales. Se percibe una actitud facha en aquellos que, por ejemplo, creen en el castigo y la represión, quienes consideran que lo femenino y lo masculino deben prescribirse de cierta manera, quienes no sienten comodidad ante libertades vividas en espectros amplios.

Los fascismos son entendimientos políticos del mundo que se han basado, entre otras cosas, en férreos nacionalismos, espíritus militaristas, el autoritarismo como forma de mando y la negación de todo lo distinto. Hay algo que los emparenta profundamente con lo patriarcal ―ansioso de deshacer y ningunear todo aquello que no sea viril, blanco, binario, rígido―. Algunas personas sienten incomodidad y escozor con que facho(a) tenga asociación proporcional con un término tan portentoso (como fascismo). Después de todo, los regímenes de este tipo fueron tiránicos y contrarios al supuesto ejercicio democrático. Algunas personas creen que es un modismo hiperbólico, sin fundamento, un fervor coyuntural.

Como cualquier otro término, hay que mirar la manera en que sus posibles significados cobran forma según el contexto. El contexto anima la vida de las palabras. También hay que reconocer que, en estos tiempos, también de hashtags, de cartelitos de Instagram, de trinos sucintos, de dinámica neoliberal y digital, el reduccionismo nos rodea con frecuencia. Un término que adquiere ubicuidad, que circula con amplitud, puede hacerse poroso. Puede ser contundencia o algo usado con ligereza. Lo cierto es que “siempre fashion, nunca facho(a)”, es una consigna que refleja elementos que vale la pena revisar. Qué dice sobre nuestra época, qué refleja sobre nuestra atmósfera política. Eso es lo que me gustaría desglosar. Qué implica, en Colombia, esta frase, vestirse con ella, votar con ella puesta.

La marca Manifiesta, liderada por la politóloga Ángela Herrera, busca juntar justamente creencias políticas con vestimentas. Materializa, tanto literal como simbólicamente, la idea escurridiza y compleja de la paz. Las ropas son hechas por personas que combatieron en las Farc; las piezas son hechas por manos que pudieron trocar armas por agujas y máquinas de coser. Por personas que habitan la vida desde otro lugar, que se enfrentan al estigma de su vivencia bélica. Seres humanos que habitaron la guerra, y que hoy entregan sus horas a la dignidad de un oficio que les permite el sosiego de esa añoranza que es vivir en libertad, de vivir, ojalá, sin miedo. Manifiesta es espejo rotundo del potencial social que pueden tener las ropas. Además, reivindica las aristas distintas que entraña el ejercicio mismo de lo político. La práctica. La creencia. El consumo. Lo político nos atraviesa en las esferas más mundanas, en los afectos, en las formas que usamos a diario y no solamente en el ejercicio electoral.

Somos cuerpos vestidos. Las ropas, las apariencias, han sido también lugares, lienzos desde donde afirmar aspectos de la identidad. Pueden ser sitios desde donde desobedecer a mandatos limitantes. Esa es una de las dimensiones políticas del vestir. En el caso de Manifiesta, en el caso de esta frase, también hay una defensa y una lucha por la complejidad. Algo que no resulta nada menor en un país cuyo historial está sustentado también en la polaridad, en el bipartidismo arisco, visceral.

No se puede desconocer que las izquierdas tradicionales, como los segmentos que han abogado por el progresismo y la justicia social, han tenido, históricamente, cierto desprecio o desconfianza por la estética ornamentada. En parte es un destello de misoginia, ese despreciar todo aquello ligado a lo femenino. También ha podido ser un rechazo a todo lo “aburguesado”. O un repudio al elitismo que se asoció a una industria que sí tiene matices excluyentes, saqueadores. Esas lógicas se tradujeron, en algunos momentos, a ciertos sectores del movimiento feminista. Así pasó, por ejemplo, al final de los sesenta y en los setenta, cuando se creía que la feminidad, — con todo el trabajo, el consumo y el esfuerzo que implicaba—, era una cárcel de subordinación para la experiencia femenina. Escribiendo sobre los relacionamientos entre moda y feminismo, en los 80, en el contexto británico, la teórica Elizabeth Wilson señalaba que trazar dicha tesis y antítesis, de manera rígida, no permite nunca la posibilidad de una síntesis.

Hay algo profundamente patriarcal en esos binarios. En las últimas décadas la mediatización de lo político, las examinaciones de la relación entre estética y lucha social, así como los cambios en la relación entre moda y feminismo, todos han transformado las percepciones de esa dicotomía. Pero en Colombia y en Latinoamérica tienden a persistir. La estética rica, gozosa, creativa, que debería ser un derecho fundamental, se asume que debe ser todavía patrimonio de las élites. Cierta mentalidad condena o castiga a quienes creen en la justicia social, en los derechos humanos, en la libertad, en la igualdad, en la lucha antirracista, anticlasista y que buscan también estetizarse, cultivar su sentido de belleza individual. Las prevenciones hacia la izquierda y hacia el progresismo ordenan que éstos sólo pueden verse de determinada manera. Se sigue cayendo en ese simplismo. Se sigue ordenando que, para creer en la justicia social, para defenderla, para adherir a ella de manera política, se debe renunciar a la estética que se cultiva. Hay algo muy problemático y espinoso en este reduccionismo.

Hoy estamos también frente la feminización del poder. Es otro síntoma de nuestra época. Y por ello me refiero a que el poder institucional, a que el liderazgo político, estén asumiendo más características construidas como femeninas. Consideración del otro, conocimiento situado, emotividad, cuidado. La estética entra allí. Eso es lo que revela, por ejemplo, la estetización poderosa de la protesta social feminista. (El verde, el morado, las capuchas llenas de ornamento, el cuerpo en la calle). Manifiesta materializa la idea política de la paz en un país que colisiona y divide por lo que esa idea significa. Lo traduce a su proceso de manufactura. Lleva la paz, materialmente, en sus mismos textiles. Y también a sus creencias, posturas y símbolos.

La ropa también puede ser un acto de fe, un pronunciamiento, una forma de anunciar verdades internas al mundo, una manera de afirmarse, o de desobedecer. La moda, el estilo, el vestir, pueden componer también el régimen de lo visible. Lo visible es político. Las luchas políticas son también sobre la visibilidad. Ocupar espacio. Existir en libertad. El derecho a ser visto o vista. Las mujeres luchan por ocupar espacios. También las gentes que han sido construidas como otras, los marginales, los desposeídos. Allí está otro inmenso poder político en la moda y el estilo: nos indican qué es bello, qué es ideal, qué es real, qué debemos valorar.

Así, esa línea “siempre fashion, nunca facho(a)” refleja algunas de las prevenciones que tienen ciertos sectores del país ante la idea de justicia social. No en vano, fue en Antioquia donde se presentaron estos episodios durante la contienda electoral. Hay temor, ansiedad, reactividad ante una afirmación de este tipo.

El significado es contextual. En Colombia, la frase habla sobre el híbrido, sobre esa posibilidad de defender con el corazón la justicia social, la idea política de la paz, imaginarse un país sin miedo, en dignidad, y también, poder adorar la moda, vestirse con gusto, expresarse con el ornamento, cultivar la apariencia, nutrir aquello que fue largamente condenado por “femenino”. La frase es la lucha por la complejidad. Por el derecho a la humana complejidad. La frase refleja a una población que, además, quiere estética con sentido, no sólo como belleza vacía. La frase reivindica la estética como un derecho fundamental. Desobedece al punitivismo, cree en el perdón, permite que quienes usen la camiseta incomoden al establecimiento. Quienes la llevan le dicen al mundo y al país que encuentran injusticia en la desigualdad, que la guerra no es el camino y que la democracia es el ejercicio del disenso. La revolución también puede ser vestida. Y la moda, el vestir, el estilo, pueden ser formas de materializar las convicciones políticas. Que es posible vestirse para defender la paz, el perdón, la compasión, la solidaridad, la vida.

Social Networks

Todas las marcas registradas son propiedad de la compañía respectiva o de Publinet Solutions. Se prohibe la reproducción total o parcial de cualquiera de los contenidos que aquí aparezca, así como su traducción a cuaquier idioma sin autorización escrita de su titular.